LA REAL EXPEDICIÓN FILANTRÓPICA DE LA VACUNA
Tras algo más de dos meses y medio sin hablar en el blog de uno de esos españoles cuyas gestas cayeron en el olvido, creo que ya iba siendo hora de desempolvar otro caso. Esta vez se trata de un médico, y aunque algunas de sus acciones vistas con los ojos y principios del siglo XXI puedan ser recriminadas, hay que señalar que el resultado de ellas produjo un cambio fundamental en muchas regiones del planeta, mereciéndose sin duda el apelativo de héroe. Hoy, por lo tanto toca hablar de Francisco Javier de Balmis y Berenguer y de su Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, considerada como la primera expedición sanitaria internacional de la historia.
FRANCISCO DE BALMIS
Balmis nació en Alicante en 1753, aunque por motivos familiares pronto pasó a vivir en La Habana y posteriormente en México. El ser descendencia de una familia con recursos le permitió realizar sus estudios dentro del campo de la medicina, para la que mostró un gran interés desde joven. Los conocimientos adquiridos y su gran habilidad, le hicieron ganarse un renombre como médico y cirujano. Mientras trabajaba con personas de diferentes condiciones sociales, las ideas de la ilustración calaron hondo en él, quedando reflejadas en un espíritu de romper con el oscurantismo pasado, la apertura y difusión de nuevos conocimientos científicos y el deseo de dignificar al ser humano.
Tras varias décadas de su vida en tierras americanas, volvió a España donde publicó un tratado médico sobre enfermedades venéreas y otros problemas médicos en 1794. Y ya sea por la calidad del tratado como por las noticias positivas de las que era protagonista, el rey de la época, Carlos IV, decidió nombrarlo uno de sus médicos personales. Y es en esta posición cuando se iba a demostrar el carácter y las hazañas de este médico. Pero primero, para comprender la expedición que llevó a cabo y cómo consiguió convencer al monarca español, es necesario hacer un paréntesis histórico.
La viruela, actualmente considerada como erradicada, era una enfermedad infecciosa que se cobró un gravísimo número de vidas a lo largo de la historia. Su carácter infeccioso hacía que soliese propagarse con facilidad y que provocase que ciudades se convirtiesen en puntos negros de muerte. Una de las maneras de luchar contra la misma fue hasta el siglo XVIII la inoculación del virus a partir sobre todo de vacas con la enfermedad. Este método, aunque no era eficaz 100% si constató en muchos casos la disminución notable del riesgo a contraerla. Pero esta solución presentaba varios problemas. Por un lado era necesario disponer de un animal con la enfermedad, algo que normalmente solía evitarse ya que podía ocasionar nuevos contagios, y el miedo a ellos provocaba que se tendiese a alejarlos de los núcleos de población. Además contaba con el rechazo de la iglesia y de parte de la comunidad científica. Aún así este método gozó de popularidad en Europa gracias a los escritos de Lady Montagu (1689-1762). Pero faltaba en aquel momento relativamente poco para que apareciese una vacuna capaz de provocar la inmunidad contra el virus. Y este honor la historia oficial se lo asigna a un médico inglés llamado Edward Jenner. Este médico, realizó diversos estudios a partir de muestras de pústulas de pus de la enfermedad de la viruela y realizando inoculaciones en niños. El resultado definitivo llegó en 1796 cuando presentó a la comunidad científica sus resultados en forma de una vacuna.
Y tras presentar esta vacuna volvamos a España. El siglo XVIII había sido especialmente devastador en lo referente a la enfermedad de la viruela. España y el resto del continente europeo veían con impotencia el avance de la enfermedad y los escasos medios para combatirla. Aunque como siempre pasa la enfermedad se cebó con las clases más populares, no hay que olvidar que un rey español murió a causa de la misma. Me refiero al rey Luis I, el bien amado, el cual gobernó sólo 229 días en 1724 tras el rechazo de su padre a continuar en el trono.
El contacto con carácter científico entre los diferentes médicos europeos provocó que el descubrimiento de la vacuna tuviese un eco importante en España. ¿Y quién fue uno de los responsables en hacer llegar al rey esta información? Pues nuestro personaje estrella, Francisco de Balmis. Balmis consiguió convencer al monarca de la necesidad de expandir la vacuna incluso por las colonias españolas en América y Asia con el fin de disminuir la mortandad de la enfermedad. Y al éxito de esta petición ayudó sin lugar a dudas el hecho de que una hija del rey contrajese la enfermedad en 1798. A causa de esto, la familia real al completo se vacunó con la recién descubierta vacuna, quedando patente el éxito de la misma.
La buena prensa de la vacuna, junto con la gratitud del monarca a Balmis selló el apoyo monetario para realizar una expedición transportando vacunas a las colonias. La expedición, tomó el nombre de Real Expedición Filantrópica de la Vacuna y definió unos objetivos muy ambiciosos basados en una ruta que suponía miles de kilómetros en barco navegando por los océanos Atlántico y Pacífico. Pero lo difícil no era el definir la ruta, sino algo tan básico como el transporte de la vacuna en unas condiciones pocos eficaces para el mantenimiento de la misma. Tras muchos análisis, se decidió utilizar a niños. Para ello se escogieron niños huérfanos de un orfanato de La Coruña a los que se les inoculó la vacuna. De esta forma se podía ir cada cierto tiempo verificando la eficacia de la misma, y en el caso de que por diversas razones un niño muriese, tener a otros a los que poder pasarle los anticuerpos. Evidentemente este asunto puede tener una visión negativa debido al uso de niños como conejillos de indias, pero hay que hacer dos apuntes. Por un lado, parece ser que se preferían a los niños debido a que en ellos la vacuna tendía a responder mejor y a ser más fácilmente “transportable” y por otro estos niños eran muy cuidados debido a que el éxito de la expedición se hallaba en ellos. Si queremos ser más optimistas, podemos pensar que muchos de estos niños, a los que les esperaba una vida dura y sin futuro, ayudaron enormemente a la ciencia y fueron los verdaderos héroes de la expedición. Para realizar la cadena de la vacuna, se inoculaba la misma a los niños, y al cabo de unos días, aparecían unas pústulas en cuyo líquido se encontraban los cuerpos de la misma. De este modo, recogiendo este líquido e impregnándoselo a otro niño, la cadena era posible.
Tras todos los preparativos, la expedición partió al final el 30 de noviembre de 1803 de La Coruña. Al hacinamiento en el barco, se le sumaban las duras condiciones del mar y la necesidad de un control total de los niños para asegurar la cadena de vacunas que permitiese hacer llegarla satisfactoriamente a su destino. A pesar de todas estas penalidades, todos demostraron estar hechos de una entereza fuera de lo normal.
La expedición recorrió las Islas Canarias, Puerto Rico, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Chile, México, Filipinas, China y algunas islas británicas del Atlántico. En las dos siguientes imágenes muestro la ruta que llevaron a cabo y las sub rutas que surgieron a partir de la expedición principal.
Resulta sencillamente espectacular el gran territorio abarcado con el peligro constante de quedarse sin vacunas activas, el rechazo que encontró en muchos lugares y los riesgos ligados a la navegación.
Tras esta “gira”, regresó a España en 1806 y se entrevistó con Carlos IV, el cual quedó encantado con el resultado de la expedición. Anteriormente, el éxito de las informaciones que de la misma iban llegando provocó que una orden real estableciese la obligación de poseer en los hospitales una sala en la que se almacenasen las vacunas de la viruela y crease un protocolo de actuación y vacunación que pasaría a englobarse en Juntas Centrales de Vacuna. Las consecuencias sin duda nos permiten afirmar que estamos ante un gran hito de la medicina mundial.
Pero no hay que olvidar las personas que le acompañaron también merecen el apelativo de héroes. Estos se separaron de la expedición principal para abarcar mayor área geográfica y en algunos casos murieron allí sin poder regresar a España. Mi más sentido homenaje a ellos:
Isabel Sendales y Gomez, José Salvany y Lleopart, Manuel Julián Grajales, Rafael Lozano Pérez, Basilio Bolaños, Francisco Pastor Balmis, Antonio Gutiérrez Robredo y Antonio Pastor.
Y qué más decir sobre Balmis. Tras regresar a España ayudó a fomentar la difusión de los conocimientos médicos y a coordinar los esfuerzos con el fin de luchar a favor de la erradicación de enfermedades (como por ejemplo la creación de las Juntas Centrales de Vacuna), para lo cual consideraba básico la mejora de las condiciones higiénicas de gran parte de la población. Murió en 1819 en Madrid dejando un legado esencial y demostrando al mundo que empresas de esta índole, en la cual no primaban los beneficios económicos, eran posibles, y que sus consecuencias se dejaban notar positivamente en millones de personas. Sencillamente para quitarse el sombrero. Aún así es triste lo olvidado que está por parte nuestra, aunque es esperanzador saber que su persona goza de cierta fama en algunos países latinoamericanos, en los cuales sus actuaciones fueron muy importantes.
Muchos os preguntareis por el destino de muchos de los niños-vacuna. Aunque he de decir que lo único que he podido encontrar referido a ellos es que algunos murieron en la travesía y que otros al final llegaron incluso a establecerse en las colonias por las que pasaba la expedición.
Para terminar, a modo de colofón, quisiera señalar las palabras que Edward Jenner, el descubridor de la vacuna de la viruela dijo al enterarse del éxito de la expedición:
“No puedo imaginar que en los anales de la Historia se proporcione un ejemplo de filantropía más noble y más amplio que este.”
Nos vemos la semana que viene.
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