DOS JESUITAS, DOS GRANDES GESTAS
Esta semana recupero una de mis secciones favoritas, la de españoles olvidados. Y lo hago en esta ocasión con dos protagonistas en lugar del único habitual. Las vidas de ambos, por separado y juntas, encierran una serie de hechos increíbles y muy desconocidos por el público general.
ANTONIO DE MONTSERRAT Y EL INDOSTÁN
El primero de ellos es Antonio de Montserrat, nacido en 1536 en Vic (provincia de Barcelona), en una familia de la nobleza catalana. Poco más he encontrado de su vida salvo que a los 14 años entró en la Compañía de Jesús en Portugal, siendo ordenado sacerdote a los 20. Tenía aspiraciones misioneras, algo visible en su carácter inquieto y a su deseo de viajar y conocer mundo. Todo esto motivó que fuese elegido para viajar a Goa en 1574, un estado de la India bajo control portugués. Junto a otros 39 jesuitas, de diversa procedencia, inició su singladura por el territorio, trabajando incansablemente y llamando la atención de sus compañeros e incluso de autoridades locales.
Y su primera gran oportunidad llegaría 5 años más tarde, cuando a los jesuitas se les presentó un requerimiento particular procedente del Gran Mogol de la India, Akbar el grande. Por cierto, el Gran Mogol se trata de un imperio túrquico e islámico del subcontinente indio que existió entre los siglos XVI y XIX. Akbar buscaba conocer las diferentes religiones del mundo, lo que motivó que solicitase a los jesuitas algunos religiosos para que viajaran a su corte. Los jesuitas interpretaron el ofrecimiento del líder como un deseo de convertirse al catolicismo, por lo que no dudaron ni un solo segundo y encargaron a Antonio, a un italiano y a un persa converso su viaje a la corte.
Comenzaba así un periplo que los llevaría por el noroeste de la India, visitando lugares como Surat, Agra y la capital imperial, Fatehpur Sîkri. Antonio pronto se ganó al emperador, quien lo nombró tutor de su hijo y le pidió que le acompañase en una campaña militar por Afganistán. A lomos de un elefante y cruzando ríos y montañas, Antonio se convierte en el cronista de la expedición, visitando territorios de India, Afganistán, Pakistán y la falda sur del Himalaya.
A la par que viajaba y aprovechaba para la difusión de la doctrina católica, tomaría multitud de anotaciones sobre lo que iba visitando, incluyendo detalles sobre la cultura y la organización social, detalles geográficos… Pero sin lugar a duda, la auténtica joya de su viaje fue la confección del primer mapa conocido del Himalaya, cuya exactitud no se superaría hasta el siglo XIX. En el mismo, tomó como referencia la línea del ecuador e incluyó otras cadenas montañosas como el Karakorum, el Hindu Kush el Pamir y los montes Suleimán amén de territorios de la India, Afganistán y Pakistán. Y lo mejor de todo, lo hizo sin instrumentos, basándose únicamente en la observación.
Finalmente, quedando patente que el monarca no pretendía convertirse al cristianismo, abandonaría la expedición y regresaría a Goa en 1582. Allí, con todo el material publicaría un relato de viajes que ha llegado a nuestros días y que le llevaría varios años de trabajo.
Su labor y el hecho de ponerla por escrito, no pasaría desapercibida en la corte española y Felipe II le encargaría años más tarde el asistir a varios jesuitas en su misión de Etiopía. He de señalar que en el fondo lo que se pretendía era establecer contactos con el emperador de Abisinia, buscando atraer a sus cristianos coptos al catolicismo y ganarse un aliado contra los musulmanes de esa región. Así que las aventuras no se habían acabado para él.
PEDRO PAEZ Y ANTONIO DE MONTSERRAT
En esta nueva aventura le acompañaría el segundo protagonista de la entrada, Pedro Páez, un joven jesuita que os presento a continuación.
Había nacido en Olmeda de las Fuentes (Madrid) en 1564, hijo de una familia bien posicionada. A los 16 años ingresó en la Compañía de Jesús y pasó unos años estudiando en Portugal. Tengamos en cuenta que, en 1580, las coronas portuguesa y española se habían unido en la persona de Felipe II. Pese a que le vaticinaban un futuro brillante en Portugal, Pedro quería otra cosa. En 1587 solicitó marchar a misiones en Asia, lo que le fue aceptado pese a no haber sido ordenado aún sacerdote. Sería mandado a Goa en 1588 y tras un año en la India, donde quedaron patentes sus habilidades, sería incluido en la expedición de Antonio.
Así que tenían que llegar a Etiopía desde la India. ¿Cómo desplazarse a su objetivo? La navegación era la mejor opción, pero conllevaba riesgos como la intensa piratería de la zona. También, muchos sultanatos del golfo pérsico habían sido ocupados por los turcos, los cuales odiaban tanto a españoles como portugueses. Hay que tener en cuenta que habían pasado escasos 18 años de la batalla de Lepanto. Para evitar todo esto, decidieron hacerse pasar por comerciantes armenios.
El viaje debía tomarles máximo dos meses, pero tras 50 días navegando con vientos contrarios, la embarcación tuvo que recalar en Máscate en el actual Omán. Aquí tuvieron que buscar alternativas, por lo que se desplazaron a Ormuz. A finales de 1589, un mercante les ofreció llevarlos a Somalia, pero debido a un ataque pirata, tuvieron que volver a refugiarse en Máscate. Pero las desgracias no habían acabado. En otro intento de ir a Somalia, a la embarcación se le rompió el mástil, teniendo que varar en una isla. Allí, un árabe les reconoció como portugueses, los denunció y fueron detenidos por las autoridades. Tras ser descubiertos, reconocieron ser católicos, lo que sumado a que poseían diversas estampas de la Virgen (cuando los musulmanes condenan la adoración de imágenes), provocó que fuesen encerrados en una celda.
Algo después, fueron regalados a un sultán de una región del actual Yemen. La travesía para llegar al mismo fue penosa, caminando descalzos salvo cuando su salud empeoró notablemente, y lo hicieron en un camello, pues al ser un regalo debían de llegar vivos. Atravesaron el desierto de Hadramaut (que vendría a significar recinto mortal) y posiblemente el sur de Rub’al Khali (la habitación vacía), aunque he encontrado información contradictoria sobre este último lugar. Lo que sí que es cierto, es que estos lugares nunca habían sido pisados antes por un europeo (o al menos no se tiene constancia de ello). Aun así, Pedro aprovechó la larga marcha para captar todo lo posible del paisaje y la fauna del medio, lo que reflejaría más tarde en una de sus obras. Pero sigamos.
Cada vez que llegaban a un poblado, la gente los maltrataba por “ser infieles cristianos”, pero curiosamente, en uno de ellos, Haymin, el sultán les invitó a probar una bebida que desconocían. Serían de los primeros europeos en probarla y dejar constancia de ello. Estamos hablando del café. Increíble pero cierto.
Una vez llegados a Saná (actual capital de Yemen), Antonio quedaría inconsciente durante una semana al caerse de un camello y el gobernador turco los encerraría al considerarlos espías. Dos años pasarían en prisión, qué se dice pronto. Pedro aprovecharía el cautiverio para aprender árabe, chino y hebreo y ganarse el respeto de los presos. Gracias al favor de una concubina del gobernador, Antonio y Pedro gozaron de ciertos permisos, aprovechándolos para continuar con sus escritos y conocer mejor el entorno que les rodeaba. Pero en 1595, ambos jesuitas serían destinados como remeros en un galeón turco, tarea harto penosa y que casi le cuesta de nuevo la vida a Antonio de Montserrat.
¿Y la Compañía de Jesús? Mientras todo esto tenía lugar, los jesuitas los habían dado por muertos y habían enviado a otros misioneros a Etiopía, aunque con un éxito variable. Pero, no todo estaba perdido para nuestros protagonistas. Felipe II, se enteró de su cautiverio y ordenó pagar el rescate con dinero de su propio bolsillo, cifra que ascendía a 1000 coronas de oro.
Los astros se alinearían y tras pagarse el rescate, serían liberados y pudieron regresar a Goa en diciembre de 1596. Dedicarían mucho tiempo a recuperarse, pero Antonio jamás lo haría del todo. Fallecería en 1600 en la isla de Salsete, cerca de la ciudad india de Bombay.
PEDRO PÁEZ Y EL NILO
Tras la muerte del jesuita, Pedro Páez no renunció a su proyecto de Etiopía. Tras pasar varios años como profesor en una escuela jesuita, fue incluido en una nueva misión a la zona con varios compañeros, pero tras quedar su barco destrozado por una tormenta, decidió no esperar más y partió solo.
Se volvería a disfrazar de armenio y cambiaría su nombre por el de Abdullah. Ni que decir tiene que los conocimientos de árabe que había aprendido en su estancia en la prisión de Saná le ayudaron enormemente a hacerse pasar por un musulmán. Gracias a esto y con el pretexto de querer regresar a Armenia, se unió a un barco que se dirigía hacia el golfo de Akaba, en la actual Jordania. En una de las escalas de la embarcación en Massawa (actual Eritrea), bajo el pretexto de arreglar un asunto, se adentró en Etiopía, buscando dirigirse hacia la misión jesuita, llegando en mayo de 1603. La treta le había funcionado.
La llegada de Pedro fue un enorme impulso para la misión jesuita. Rápidamente aprendió los idiomas locales y tradujo un catecismo a las mismas. Su labor, no pasó desapercibida y el emperador Za Denguel lo invitaría a su corte en 1604. Se nos cuenta que su figura caló tan hondo en el mismo, que decidió convertirse al catolicismo e incluso escribir cartas a Felipe III y el Papa de Roma. Pero esta conversión no gustó a la nobleza local y sumado a otros factores provocó una rebelión que duraría varios años. Za Denguel sería finalmente depuesto y sucedido por Socinios en 1607, intentando Pedro atraérselo igualmente al catolicismo, aunque siendo muy cauto. Socinios nombraría a Paez su asesor espiritual y cedería tierras a los jesuitas. Finalmente se convertiría al catolicismo en 1615.
En 1618, Pedro Paez participaría en una expedición militar llegando a un lugar llamado Gish, donde nacían unos manantiales que acababan convirtiéndose en un río, conocido por los locales como “Gilgel Abay” (Pequeño Nilo Azul). En efecto, Pedro Paez se convertía de este modo en el primer europeo en contemplar las fuentes del Nilo azul. Era 21 de abril de 1618. Antes de proseguir permitidme que os diga que el río Nilo está formado por la unión de dos brazos, conocidos como Nilo azul y blanco. Ambos se unen en Jartum, la capital de Sudán.
El hito era espectacular, pero en un acto más propio de la humildad, no se autodenominó su descubridor, algo que harían otros siglos más tarde. Pero sí que dejó una frase para la historia: “Y confieso que me alegré de ver lo que tanto desearon antiguamente el rey Ciro y su hijo Cambises, el gran Alejandro y Julio César”. Casi nada.
Tras el descubrimiento, regresó a la corte de Socinios y redactó en portugués una historia de sus viajes por Etiopía compuesta por 4 tomos y más de 1000 páginas. Libro que por cierto se puede adquirir hoy en día.
Finalmente fallecería en Etiopía en 1622, posiblemente de paludismo.
Se apagaban así las vidas de dos religiosos que sufrieron lo indecible pero que fueron protagonistas de grandes gestas. ¿Y si les rendimos un humilde homenaje sacando sus figuras del olvido? Eso sería ser más justos con ellos, con nuestra historia y en definitiva, con nosotros mismos.
Si os ha llamado la atención, os invito a que leáis sobre otros españoles olvidados.
¡Nos vemos la semana que viene!
BIBLIOGRAFÍA
- Fernando Ballano (2013), Exploraciones secretas en Asia. Editorial Nowtilus. Pags 133-140.
- VV.AA.(2018), Atlas de los exploradores españoles. Editorial GeoPlaneta y Sociedad Geográfica Española
- http://www.rtve.es/alacarta/audios/documentos-rne/documentos-rne-pedro-paez-primer-europeo-fuentes-del-nilo-azul-05-05-18/4591494/
- https://web.archive.org/web/20151126074311/http://www.sge.org/sociedad-geografica-espanola/publicaciones/boletines/numeros-publicados/boletin-no-43/antoni-de-montserrat-en-la-ultima-frontera.html