AVENTURA, RIESGO Y EXPLORACIÓN
Bienvenido una semana más al blog y a una nueva historia de aventuras. Concretamente viajamos a África, a la ciudad de Tombuctú, para encontrar una hazaña tan curiosa como peligrosa: Visitar esta ciudad y regresar vivo para contarlo. Y René Caillié, un explorador francés como protagonista. Poneos cómodos que tenemos una larga travesía por el desierto.
TOMBUCTÚ, TERRITORIO PROHIBIDO
Quién no ha escuchado hablar de esta ciudad y su nombre tan exótico. La misma, se encuentra situada en la actualidad en Mali, no muy alejada del río Níger. Su historia y sus templos provocaron que fuera declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1988. Lamentablemente, los diversos conflictos que han asolado Mali en los últimos años han provocado la destrucción de parte de su patrimonio, algo deleznable.
Pero viajemos atrás en el tiempo. A lo largo de muchos siglos, Tombuctú fue ciudad de paso de caravanas comerciales. Esto le dio riqueza y creo un mito, señalándose que el oro estaba presente por todas partes. La posterior difusión del islam en la zona, provocó que fuera considerada como ciudad santa. Si a esto sumamos que cayó en el siglo XVIII en manos de tribus subsaharianas muy islamizadas y fundamentalistas, dio lugar a que su visita fuera prohibida para los cristianos.
Esta prohibición, alimentada con leyendas de grandes riquezas, envolvieron a la ciudad en un halo misterioso. Y éste creció hasta el punto de que en los siglos XVIII y XIX, las sociedades geográficas de Londres v París ofrecieron premios al primero que la visitara y regresara con información sobre ella.
Pese a que la entrada gira en torno de René Caillié, permitidme que haga un breve repaso por algunos que lo intentaron antes que él. El primero es un francés llamado Paul Imbert, quien llegó allí como esclavo en el siglo XVII tras caer prisionero de tribus marroquíes. Por lo que se sabe, nunca regresó a Europa.
Dando un salto, en 1790, los ingleses encargaron al explorador y militar Daniel Houghton el encontrar Tombuctú, pero desapareció y según se cree, murió de hambre perdido en el desierto.
Para el siguiente, viajemos a 1810, cuando un marinero estadounidense llamado Robert Adams fue hecho prisionero junto a la costa mauritana al naufragar su embarcación. Le trasladaron a Tombuctú y aunque posteriormente debido a varios avatares pudo ser liberado y regresar, no le creyeron. Y no lo hicieron porque no trajo consigo datos y mediciones que pudiesen avalar su estancia.
Por último, en 1826, el explorador escocés Alexander Gordon Laing consiguió llegar a Tombuctú y tomar muchos datos de la ciudad. Pero le asesinaron al salir de ella y su información desapareció.
UN AVENTURERO GALO
Pasemos por fin a nuestro protagonista, René Caillié (aunque también su nombre apareció escrito como Caillé). René, nació en Mauzé-sur-le-Mignon (al este de La Rochelle) en 1799. En 1811, ya había perdido a sus padres por lo que quedó bajo la tutela de un familiar, ganándose la vida como zapatero.
Ya desde joven, solía pasar su tiempo libre leyendo libros de viajes, descubrimientos y aventuras, destacando el, en muchos aspectos aún desconocido, continente africano por encima de todo.
Si sois lectores habituales del blog, recordaréis que en octubre de 2018 publiqué una entrada sobre Domingo Badía, alias Ali Bey, un aventurero español que viajó por África y Asia. Al publicarse su libro sobre África, fue leído por René y se plantó en su casa para conocerle. Domingo le animaría a perseguir su sueño de visitar Tombuctú.
Y tal fue el arrojo, que en 1816 abandonó su hogar y se embarcó en un navío con rumbo a Senegal. De aquí estaban partiendo algunas expediciones que buscaban internarse en África y pensó que podría unirse a alguna de ellas. Pero pese a realizar largas marchas para presentarse a los jefes de expedición, le rechazaban. Finalmente sería aceptado en una en 1819, tras un pequeño periplo por el Caribe. Pero la dureza de la marcha casi le cuesta la vida obligándolo a regresar a Francia. No había fortuna.
Pero dice el refrán que el que la sigue la consigue y René no pensaba rendirse. En 1824 regresó a Senegal y decidió, al igual que otros aventureros, hacerse pasar por musulmán. Así no levantaría sospechas y podrían aceptarlo más fácilmente. Su coartada se basaba en afirmar que era un egipcio de Alejandría que había sido llevado a Francia por las tropas napoleónicas cuando era niño y que su mayor deseo era regresar a su tierra, retomar sus estudios religiosos y visitar La Meca.
Pero nadie le creería si no cambiaba su estilo de vida. Para sonar convincente, se fue a convivir con una tribu mauritana 8 meses, aprendiendo árabe y el Corán. De este contacto aprendió mucho, llegando a tomar notas en secreto, las cuales escondía escrupulosamente. Cuando consideró que estaba preparado, volvió al sur, pero lamentablemente no encontró ayuda ni de franceses ni de ingleses. Tras realizar algunos trabajos en los que pudo ahorrar algún dinero, lo cambió por mercaderías y se marchó a una zona de la actual Guinea, lugar de partida de comerciantes al interior del continente. Iba disfrazado, se hacía pasar por un mercader llamado Abdallah y contrató nativos para que le acompañasen durante la travesía. El 19 de abril de 1827 comenzó su epopeya.
EL COMIENZO DE UNA ODISEA
Siguiendo el curso de ríos, fueron atravesando aldeas y poblados, tomando René nota de todo lo que veía y comía (haciendo anotaciones en el Corán para disimular). Curiosamente, solían recibirle bien y creían la historia de que era egipcio. Las marchas eran duras, enfermando a menudo y teniendo que realizar rodeos para evitar territorios en guerra. A esto se sumaba que los guías que contrataba le solían engañar y robar sus pertenencias.
Un príncipe de la zona del sureste de Guinea le informó que de Tiémé (en la actual Costa de Marfil, solían salir caravanas con destino a Djenné (al suroeste de Tombuctú en Malí). Y allí que fue. Pero por enfermedad y heridas en una pierna debió guardar reposo entre agosto y octubre de 1827, no pudiendo unirse a la primera caravana que partió. Pero su situación no mejoró ya que enfermó de escorbuto, perdiendo dientes, dañándose el paladar e incluso deformándosele la mandíbula. Un duro precio a pagar para conseguir su sueño.
En enero de 1828, ya recuperado, partió de Tiémé, de nuevo interactuando mucho con los nativos y comerciantes que encontraba y anotando los cambios en el paisaje, viviendas, costumbres e incluso alimentación. La ruta volvería a pasarle factura a su salud, teniendo abundante tos y esputos de sangre, llegando a quedarse temporalmente afónico. Pero en marzo de 1828, tras haberse unido a una caravana, llegó a Djenné.
Allí pudo constatar que a la ciudad llegaban mercancías europeas que previamente pasaban por Tombuctú. También conoció que un cristiano había sido asesinado allí, lo que podría cuadrar con Laing, mencionado al inicio de este post. Sin tiempo que perder, consiguió una plaza en una piragua que a través del río Níger viajaba a Tombuctú. La travesía fue de nuevo penosa, siendo estafado al ser obligado a pagar en varias ocasiones el derecho de paso e incluso por desembarcar. Pero finalmente, tras otra caminata llegó a Tombuctú el 20 de abril de 1828. Había cumplido su sueño.
TOMBUCTÚ, ¿UN PARAISO?
Lo primero que pudo constatar es que el aura de que era una ciudad llena de riquezas era completamente falsa. Pese a que intuyó algo majestuoso, sobre todo por el hecho de estar en mitad del desierto, la ciudad estaba llena de edificaciones mal construidas.
Por fortuna, fue muy bien recibido por Sidi Abdallahi, un mercader amigo de otro que había conocido en Djenné. El mismo le daría alojamiento e incluso pondría esclavos a su disposición. René pasaría el tiempo tomando notas, aunque extremando las precauciones, ya que temía ser descubierto al igual que Laing, algo que le habría ocasionado la muerte.
Pero pese a guardar las debidas precauciones, pudo anotar multitud de detalles de la ciudad.
Como dije, Tombuctú ni era tan grande ni estaba tan poblada como creía (estimó la población en unas 10.000-12.000 personas). La ciudad apenas tenía animación. No entraban en ella caravanas todos los días como ocurría en Djenné y los mercados no solían tener mucha afluencia de gente. Tras recorrerla, incluyó descripciones de las siete mezquitas existentes. Respecto a la población local, señaló que eran educados con los extranjeros y muy emprendedores.
Respecto al comercio, explicó los contactos entre Marruecos, el Mediterráneo (Trípoli, Túnez, Argel) y Tombuctú desde donde las mercancías se distribuían por el África subsahariana. Señaló también que la explotación de sal era su principal actividad, ya que, debido a las arenas, era casi imposible establecer cultivos y no había presencia de otros recursos cerca.
Pero lo peor sin duda eran los tuaregs. Los mismos solían presentarse en la ciudad para exigir el cobro de tributos y así no atacar a las caravanas ni a la propia Tombuctú. También amenazaban continuamente con cortar la afluencia comercial a la ciudad, lo que sería un desastre y demostraba la extrema debilidad de Tombuctú.
Finalmente, no encontrando más excusas para alargar su estancia y temiendo que le descubriesen, partió de la ciudad en mayo de 1828, uniéndose a una importante caravana. Tras avanzar lentamente 200 kilómetros al norte, en Arauane, donde existían minas de sal, se unieron a otra caravana y continuaron su curso al norte, a Taoudeni (cerca de la frontera con Argelia). Durante el camino, debido a la sequía, los pozos estaban casi vacíos y pasaron penurias, llegando a sacrificar camellos para beber el agua almacenada en su interior.
Su lamentable estado físico provocó incluso que tuviese que comer aparte, debido al asco que producían sus mandíbulas. También fue objeto de mofas e incluso de algunas agresiones, exigiéndole cada vez más para alimentarlo. Para colmo de males se cayó de un camello y sólo gracias a la caridad de un compañero pudo continuar, ya que no podía andar.
Finalmente cruzaron a Marruecos y llegaron a Fez en agosto de 1828. Allí permaneció algún tiempo en una mezquita, pero le expulsaron y agredieron por la molestia que causaba su continua tos, debiendo dormir en la calle y vivir de la caridad pública. Cuando se recuperó un poco, viajó a Rabat para contactar con el cónsul francés de la ciudad, pero no le hizo caso. Los ingleses le ofrecieron ayudarle, pero parece que no se fio y tras un viaje a Tánger, por fin encontró ayuda en el cónsul francés de la ciudad, un tal Jacques-Denis Delaporte. El mismo le daría cobijo y lo embarcaría en una nave francesa que lo llevaría a Toulon, en el mediterráneo francés.
CONSECUENCIAS
Tras una odisea tremenda por África, la cual le casi le cuesta la vida, pudo llegar a París y tras exponer sus documentos y contar su viaje, la Societé de Géographie de Paris y el paleontólogo Georges Cuvier les entregaron 10.000 francos como premio a la hazaña de haber llegado y salido con vida de Tombuctú. Posteriormente le darían la legión de honor francesa y una pensión vitalicia por estos diecisiete meses de viaje y más 5000 kilómetros de recorrido, casi todos a pie, enfermo y con una mala alimentación.
En 1830 publicaría su viaje con el título: Diario de un viaje a Tombuctú y a Yenné, en el Africa central, precedido de observaciones en la región de los moros braknas, los nalous y otros pueblos durante los años 1824, 1825, 1827, 1828). En el mismo incluyó multitud de descripciones de lo que vio, incluyendo ciudades, poblados, relieves, fauna, flora y tribus y sus costumbres, llegando incluso a señalar la mala situación de esclavos y mujeres.
Pero no las tuvo todas consigo. Algunos criticaron el haber dedicado tan pocas páginas a Tombuctú (creyendo que sería una ciudad gloriosa) y otros le tacharon directamente de mentiroso. Él se defendió diciendo alegando:
«Pobre, sin ayuda, sin ciencia, he realizado mi hazaña. He dicho a Europa lo que es Tombuctú. La verdad constituye el único valor de mi crónica y no hay derecho a disputarme este bien adquirido a costa de tantos sufrimientos. Que censuren la imperfección de mi estilo y mi ignorancia aquellos que, en vez de haber estado en Tombuctú, se han perfeccionado en el arte y la ciencia». Pero pronto quedó patente la verdad de su relato.
Hay que señalar que había mucha envidia en esto, pues a muchos exploradores de la alta sociedades les costaba admitir que alguien de baja extracción social lograse por sus propios medios semejante logro. Y es que René lo logró todo sin ayuda, trabajando cuando fue necesario y sufriendo lo indecible. Tesón y perseverancia fueron sus señas de identidad.
Tras asentarse en Francia, se casó y tuvo 4 hijos llegando a ser alcalde en la localidad de La Gripperie-Saint-Symphorien. Lamentablemente, su salud nunca se recobraría del todo y acabó falleciendo de tuberculosis en mayo de 1838. Tenía 38 años.
Se apagaba la vida de un aventurero, de alguien que fue capaz de realizar una gesta increíble sin medios. Mi más sentido y humilde homenaje.
Si te ha gustado la historia y quieres más, te dejo con otras entradas sobre exploración.
¡Nos vemos la semana que viene!
BIBLIOGRAFÍA
La principal fuente consultada ha sido la siguiente obra:
- Fernando Ballano (2013), Exploraciones secretas en África. Editorial Nowtilus