INTERJECCIONES MEMORABLES
Las interjecciones o exclamaciones espontáneas nos han acompañado a lo largo de la historia. Las hemos soltado a diario durante siglos, ya sea para maldecir nuestra mala suerte, reaccionar ante un error o celebrar algo inesperado. Entre toda esta amalgama, hoy os traigo aquellas fruto de haber hallado la solución a un problema que largo tiempo rondó la cabeza a sus protagonistas. Pequeñas victorias particulares que acabaron convirtiéndose en grandes machadas para el resto de la humanidad.
Os dejo con dos ejemplos para que los disfrutéis:
¡EUREKA! (¡LO HE DESCUBIERTO!)
Posiblemente la historia detrás de esta interjección sea bastante conocida. Pero es tan curiosa que merece la pena ser contada. Lo gracioso de la misma es el modo en el que fue descubierta y la celebración que se le atribuye a su descubridor.
Persona que corresponde al famoso Arquímedes de Siracusa (ciudad situada en el sureste de la isla de Sicilia). Científico de renombre de la antigüedad (vivió entre los años 287 y 212 a.C.), sobre él también pesa una aureola de duda. No termina de estar del todo claro si muchas de sus invenciones fueron como tales. Se ha sugerido que algunas son exageraciones históricas, pues sus escritos tardaron siglos en salir a la luz. Pero aun así se le considera como un excelente matemático e inventor.
De entre sus trabajos, destacan los cálculos de áreas y volúmenes, las aproximaciones del número Pi, una espiral para la elevación del agua (conocida hoy en día como el tornillo de Arquímedes), trabajos sobre la palanca (“Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”), la construcción de un barco gigantesco e incluso unas estructuras de espejos que concentraban los rayos del sol y los enfocaban sobre barcos enemigos, para hacerlos arder.
Pero vamos al que nos interesa. Todo comienza cuando el tirano Hierón II de Siracusa mandó construir una corona de oro a uno de sus orfebres. Pero parece ser que no quedó convencido con el resultado, pues dudaba de que el orfebre se hubiera quedado con parte del oro. Así que se dirigió a Arquímedes para que le determinase si todo el oro suministrado en la corona había sido utilizado.
Y aquí empezaron los problemas. Con los conocimientos de la época, se podía determinar el peso de objetos pero no se sabía cómo calcular el volumen de cuerpos irregulares. De este modo Arquímedes no podía determinar la densidad, algo que hubiera sido definitivo para saber si toda la corona estaba formada por oro.
Así que empezó a darle vueltas pensando todo tipo de teorías y artilugios para solucionar el problema. Y la clave para su solución parece que vino en un baño. Al meterse en la tina, se dio cuenta de que el agua subía y llegó a la conclusión de que esta subida debía ser proporcional al volumen introducido en ella. Por cierto, llegó a esta conclusión porque se pensaba que el agua era un fluido que no se podía comprimir. Posiblemente se diese cuenta porque la bañera estuviese tan llena que al meterse hizo que el agua se saliese por los bordes… Pero bueno, de esta manera supo que podría determinar el volumen de la corona y proceder al cálculo de la densidad.
Y he aquí cuando la historia nos dice que profirió su famoso grito: ¡Eureka! Pero por lo que nos cuentan, la cosa no acabó ahí. Se dice que de la propia alegría, salió de la tina y sin vestirse recorrió las calles de Siracusa desnudo gritando ¡Eureka! El espectáculo tuvo que ser curioso. Me imagino a los vecinos asombrados remarcando la locura de nuestro personaje.
Pero la historia no acaba aquí. Se cree que este método no fue exactamente el que utilizó. Hay que tener en cuenta que para volúmenes pequeños la subida de agua es muy baja y no se puede medir con precisión. Por lo tanto se cree que utilizó otro método, cuyo fundamento se ha encontrado en otros escritos suyos. Os lo explico:
Se dice que en una balanza puso en un lado la corona y en el otro el mismo peso en oro. Tras asegurarse de que ambos pesaban lo mismo, introdujo la balanza con ambos objetos bajo el agua. A igual peso, si el volumen es distinto, significaría densidades distintas. Pero, ¿cómo ver esto? Con el principio del empuje del agua. Si un objeto que pesa lo mismo que otro tiene menor densidad, su volumen es mayor, por lo que experimenta un mayor empuje vertical al ser introducido en el agua.
Y esto fue exactamente lo que se dice que pasó. La corona subió más que el oro y esto llevó irremediablemente a Arquímedes a determinar que su densidad era distinta y que se habían utilizado otros metales para su fabricación (algunos sitúan en este momento la frase de Eureka). Por esto se dice que Hierón castigó con la muerte al orfebre.
Así que de pensar la solución a un problema concreto, se llegó a un avance científico importante para la humanidad. Paradojas de la vida, nunca sabemos las circunstancias en las cuales estos sucesos se darán.
JE TIENS L’AFFAIRE! (¡LO TENGO!)
Estamos ante un hecho capital de la historia de la cultura. Con esta exclamación, Jean-François Champollion le comunicaba a su hermano el fruto de años de trabajo: Había descifrado los jeroglíficos egipcios.
La vida de Champollion es un ejemplo de fascinación y trabajo duro en pos de sus objetivos. Desde muy pequeño, este joven francés estuvo interesado por el mundo egipcio. Se cuenta que un primo suyo le mostró una copia de la piedra Rosetta y quedó fascinado al instante. Para los que no lo sepáis, esta piedra tenía un mismo texto escrito en tres idiomas: Jeroglíficos egipcios, escritura demótica y griego. Gracias a ello pudo comenzar el largo camino de descifrar los misteriosos jeroglíficos egipcios. Por cierto, esta piedra se exhibe actualmente en el museo británico, y tras visitarla recientemente, pienso que no luce lo suficiente.
Pero volvamos a Champollion. Esta fascinación le llevó a querer enfocar su carrera profesional en el conocimiento de la cultura egipcia. Para ello sabía que tenía que aprender lenguas orientales, por lo que llegó a aprender hebreo, árabe, siríaco, arameo y copto. Cada lengua y cada paso le hacían acercarse cada vez más a su objetivo. Pero también poco a poco se fue obsesionando.
Una de sus primeras conclusiones fue el establecer a la inversa la evolución entre los caracteres fonéticos y los jeroglíficos. Es decir, partiendo de las letras actuales, fue buscando en las lenguas orientales esos estados anteriores como el hierático, el demótico y por último el jeroglífico. Este paso fue muy importante porque una vez conocida esta relación, el siguiente paso era extrapolar los nombres griegos y coptos a sus correctos en jeroglífico.
De este modo, para practicar, busca en los nombres de los reyes y reinas del último estadio del Egipto faraónico: Los Ptolomeos y posteriormente los emperadores romanos. ¿Por qué? Porque estas personas eran extranjeras, por lo que al escribir sus nombres, debieron hacerse tanto fonética como alfabéticamente para intentar adaptarlo correctamente. Hasta la fecha esto sólo se había intentado como con el único nombre que aparecía en la piedra roseta, Ptolomeo, pero sin éxito.
En enero de 1822 recibió unas inscripciones de un obelisco y su base del templo de Filae. La inscripción de la base estaba en griego y la del obelisco en jeroglífico. En ambas, se incluía el nombre de Ptolomeo y Cleopatra. Comparándolas llegó a la conclusión de que la escritura jeroglífica egipcia no debió anotar las vocales. Pero para transcribir los nombres extranjeros a su lengua, algunos signos consonánticos debieron ser readaptados como signos vocálicos aunque no en todos los casos.
Por lo tanto, comparando las letras en común entre Cleopatra y Ptolomeo (Kleopatra y Ptolemaius en griego), observó que este método funcionaba. Decidió adaptarlo con otros nombres como por ejemplo Alejandro Magno y posteriormente con el resto de emperadores griegos y romanos. De este modo llegó a crear una especie de diccionario simbólico. Pero faltaba un paso más, descifrar el nombre de los faraones egipcios, los cuales no se escribían fonéticamente.
Y esto llegó en septiembre de 1822, al recibir copias de inscripciones de faraones egipcios las cuales analizó siguiendo el mismo criterio. Sus trabajos tuvieron éxito y le llevaron a descubrir que los jeroglíficos egipcios no eran un conjunto de símbolos de valor universal, sino un sistema de escritura para transcribir la lengua de los faraones, un sistema pictográfico para representar seres, objetos y cosas del mundo, un sistema logográfico y fonográfico para representar de forma figurada el significado o el sonido de las palabras escritas y un sistema mixto y combinatorio con todo lo anterior.
Tras este hallazgo, el 14 de septiembre de 1822, salió de su habitación emocionado exclamando a su hermano: Je tiens l’affaire! (¡Lo tengo!) y se desmayó. Tras varios días de reposo (ya sea por la emoción como por el poco descanso que había tenido durante su estudio), escribió un documento esencial en la historia. Conocido como “Lettre à M. Dacier relative à l’alphabet des hiéroglyphes phonétiques” (Carta a M. Dacier relativa al alfabeto de los jeroglíficos fonéticos), se trata del manifiesto fundamental de una nueva ciencia: La Egiptología.
De todo lo que sabemos del antiguo Egipto (que por cierto es poco), le debemos una gran parte a Champollion, pues abrió la veda para que posteriormente otros investigadores descifrasen los secretos que aún encierra está civilización.
¡Nos vemos la semana que viene!
Si te ha gustado, te dejo con otras entradas con temas del Antiguo Egipto.
BIBLIOGRAFÍA:
Arquímedes:
http://recuerdosdepandora.com/ciencia/quimica/el-principio-de-arquimedes-eureka-corona-oro-heron/
https://es.wikipedia.org/wiki/Arqu%C3%ADmedes
Para practicar con un caso particular os dejo este enlace: http://concurso.cnice.mec.es/cnice2005/93_iniciacion_interactiva_materia/curso/materiales/intro.htm
Champollion:
https://www.youtube.com/watch?v=fuuu98U820I
https://es.wikipedia.org/wiki/Jean-Fran%C3%A7ois_Champollion